Boethius, un proyecto educativo para las personas

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3 de diciembre de 2016

Cuando el extraordinario desarrollo de la inteligencia artificial parece difuminar la frontera entre personas y robots, siempre es buena la ocasión para poner de relieve el carácter insustituible de la persona. De ahí que la figura de  Boecio, filósofo, político y teólogo del s.V, sea particularmente pertinente como insignia e inspiración del proyecto Boethius.

La definición boeciana de persona, que alimentó las más elevadas discusiones teológicas de la Edad Media, resuena hasta nuestros días para poner el acento en los puntos clave que permiten entender nuestro lugar en el paisaje de la inteligencia artifical, el big data y la tecnología en general. Léamosla con pausa:

Persona es la sustancia individual de la naturaleza racional(Sobre la persona, §920)

Nuestras mentes del s. XXI, poco acostumbradas a la severidad del formulismo escolástico, reciben con extrañeza la abstracción de la definición de Boecio. Pronto veremos, sin embargo, cómo la precisión de sus términos arroja una luz decisiva sobre la idea de persona, destacada en el fondo del escenario de la cuarta revolución industrial.

Sobresale en primer lugar la idea de que la naturaleza racional es para Boecio la diferencia que hace del ser humano una especie distinta, pero a ello se superpone enseguida el dato de que la persona es constitutiva y esencialmente también sustancia individual. En tanto que racional, nuestra naturaleza se solapa con el modelo formal de los computadores, por eso podemos decir con todo derecho que nuestra inteligencia, nuestra racionalidad, es computacional. De ahí el interés y la pertinencia de la metáfora computacional para profundizar en el conocimiento de la inteligencia humana. Pero la persona es ademas, constitutivamente, individualidad, racionalidad enraizada en una vida individual, inseparablemente unida a un cuerpo y a una biografía que modelan y cualifican, sin discontinuidad alguna, desde el momento «0», la inteligencia de la naturaleza racional que somos, por la que somos personas.

Nuestra racionalidad original es, en efecto, el modelo de la que son copia los robots, pero un modelo a las puertas de ser rebasado total y definitivamente. La potencia de cálculo de los robots supera ya a la de las personas y en el futuro lo hará mucho más, en una medida que tal vez nos resulte imposible de imaginar. Tal hecho suscita a menudo asombro e, incluso, zozobra, pero no debemos perder de vista que la superior potencia de cálculo tiene lugar en un plano, el de la objetividad, similar, por ejemplo, al de una excavadora, que también nos supera en fuerza sin que por ello nadie se plantee confundir personas y máquinas.

Y en este punto del razonamiento es justamente donde hay que prestar atención,  porque es donde se produce la perturbadora confusión entre inteligencia y persona. La objetividad (el estar puesto delante) de la excavadora es la de la exterioridad del mundo físico, y difícilmente induce a confusión; pero la del procesador que gobierna un robot, a pesar de ser éste físico también, se mimetiza con el todo de la realidad personal en un deslizamiento, diríase que anfibológico, que va de la parte, la objetividad formal de la conciencia, al todo, es decir, a la persona. Dicho deslizamiento conduce, a través de la identificación de persona y racionalidad formal, a la confusión de inteligencia personal e inteligencia artificial y, a última hora, a la tan temida confusión de personas y robots.

La persona, recordemos de nuevo a Boecio, es naturaleza racional, pero, inseparablemente, es también sustancia individual, y esta sustancia individual incorpora dos componentes que no sólo exceden sino que determinan decisivamente cada inteligencia, a saber, el cuerpo y la biografía.

Resulta, pues, que la errónea asimilación e identificación de la inteligencia, la parte, con la persona, el todo, es la causa, tanto de la euforia delirante (que sueña con la replicacion de personas), como del temor sin fundamento a la tecnología (que teme que los robots anulen a las personas). Ante tales posicionamientos, por desgracia más habituales de lo deseable, conviene siempre recordar que «el conocimiento es la mejor vacuna contra el miedo a lo nuevo y al cambio» (Juan Corchado en Geminoid o el Prometeo contemporáneo).

En consecuencia, se puede afirmar que la perfectibilidad infinita de la copia, o sea, la inteligencia artificial, es condición necesaria del progreso tecnológico indefinido, pero no puede borrar nunca la doble marca de la autenticidad personal, inasequible a la objetividad, que se expande en un espacio refractario a toda ob-jetividad: en primer lugar, la conexión inseparable y sin discontinuidades con la vida individual, en su cuerpo y su biografía, modelizada por sus emociones; y, en segundo lugar, el interés infinito y absoluto que cada vida individual, cada persona, en su simplicidad, siente por sí misma, por su pervivencia y por su libertad, por su dignidad y por la de los otros.

El Proyecto Boethius ha sido pensado buscando el diseño de una educación que, rigurosamente atenta a la dimensión formal de la inteligencia, le sirva a cada persona en la perspectiva de su vida individual. Así, hemos trabajado para que los diversos programas de formación se adapten a los intereses de cada persona y contribuyan al desarrollo de su proyecto vital, en armonía con su libertad y con su dignidad.

El cultivo de la ciencia de la palabra por excelencia, a saber, la Oratoria, y el de la lógica formal que usa el lenguaje natural, el mismo de nuestra vida cotidiana y aquel con que damos nombre a nuestras emociones, a saber, la Lógica de términos, son los dos instrumentos básicos de formación a partir de los cuales queremos hacer de Boethius un proyecto educativo al servicio de la persona.

Hasta aquí la explicación del título: Boethius, un proyecto educativo para las personas, tomando como punto de partida el concepto de persona. Pero hay al menos otras dos razones poderosas que explican la elección de la figura de Boecio como compendio e inspiración de nuestro proyecto, y que no queremos dejar de mencionar, siquiera sea de paso.

La primera, su significado en la historia de la lógica. Boecio fue la principal autoridad lógica de la Edad Media, hasta la traducción al latín del Organon aristotélico en el s.XIII. Y la lógica es el hilo, a veces invisible pero siempre presente, que vertebra las distintas disciplinas que integran el proyecto Boethius; desde las que tienen que ver con la oratoria y la comunicación en general, donde tienen el protagonismo la sensibilidad y las emociones, hasta las que tienen que ver con la competencia digital y las competencias STEM, donde la tecnología se construye a partir de las formas originales de la lógica.

La segunda, es la condición que ostenta Boecio de figura clave en la transición entre dos épocas grandiosas, la Antigüedad y la Edad Media. De este romano de nacimiento, condenado a muerte en Pavía el a. 425 por Teodorico I, se dice que fue el último filósofo antiguo y el primero medieval. Su biografía y su obra discurrieron a caballo entre estos dos universos, y Boecio llegó a ser el nexo esencial de unión entre ambos, sin el cual no se puede explicar, por ejemplo, la aventura de la fundación de las universidades, de la que todavía somos hijos nosotros, que fue concebida sobre el mapa de la sabiduría del trívium y el quadrivium.

Hoy también vivimos un momento convulso, de transición y cambio de paradigmas. Por supuesto, en Boethius no pretendemos ocupar un lugar comparable al de Boecio en el s.V, pero su figura nos sirve de inspiración para afrontar, aunque con modestia, con serenidad y con esperanza, el papel de la humanidad, sostenida en la educación, en el horizonte disruptivo de la revolución tecnológica.

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